martes, 25 de febrero de 2014

LA EDUCACIÓN Y EL PODER

Los gobiernos pueden generar una educación pública de calidad, pero ésta implicaría aumentar crecientemente la competencia en torno al poder y el control del Estado. Como ejemplo de ello analicen la técnica utilizada por C. Vallejos o K. Cariola para llegar al poder.

Quienes gobiernan y controlan el Estado se educan de forma privada. Es decir, no dependen bajo ningún punto de vista de la instrucción que el Estado entregue y menos del curriculum “obligatorio” para los comunes mortales.
No sólo pagan escuelas privadas de alta calidad o profesores particulares especializados, sino incluso pueden enviarlos fuera del país.
Lo irónico es que los participantes de este proceso deciden cuánto, cómo, dónde y a quiénes educa el Estado, monopolizando el conocimiento otorgándose la facultad de aceptar o rechazar ciertos saberes.
Esas mismas elites, han sustentado un sistema público cada vez más segmentado, menos eficiente en su rol formador y más eficiente en cuanto a sustentar y sedimentar la desigualdad.
Entonces se produce una paradoja pues las clases privilegiadas prefieren las escuelas privadas para la primera fase y luego como primera opción optan por las universidades estatales.
Entonces, terminan optando por servicios educacionales que ofrece el mismo agente que rechazan.  Valdría entonces la pena preguntarse ¿Por qué optan por servicios universitarios del Estado, cuando la mayoría los consideran o de mala calidad?  La respuesta es muy simple. Optan por la vía más fácil y directa para hacerse del poder del Estado.
¿Por qué dirán algunos? Por algo simple. El Estado es un instrumento controlado por elites que se reproducen de forma histórica, y a la vez es un monopolio que valida y reconoce sólo a sus propias instituciones.
La sociedad, sometida al poder monopólico del Estado y la hegemonía de sus centros de conocimiento, termina sin saberlo, por legitimar sólo esas mismas instituciones y a los dirigentes que surgen de éstas, que van colocando diversas barreras de entrada en diversas áreas, sobre todo cuanto al conocimiento y al ejercicio del poder.
Por eso quizás las universidades Chilenas son como pequeños soviet, es decir son la fuerte relación entre los intereses del poder político y el mundo académico.
Por eso, un sistema educacional público de calidad no sólo implicaría eliminar barreras de entrada, sino que sería un alto riesgo para el poder de las clases dirigentes aumentando la competencia en torno a alcanzar puestos de influencia.
Además, este sistema puede darle mayor independencia a un número de ciudadanos en cuanto al Estado y por tanto aumentar la oposición a su hegemonía y dominio irrestricto.
Como el sistema no es cerrado, un estudio del propio departamento de Economía de la Universidad de Chile demostró las diferencias entre sus alumnos, donde aquel miembro de elite siendo el peor alumno, tiene garantizado entre 30 a 40% más de sueldo que el mejor alumno que viene de un sector medio-bajo.
Otro estudio de la Universidad Adolfo Ibáñez demostró que el 71 % de la elite Chilena estudia en los mismos colegios y el 20 % de ellos ha estudiado en el Saint George. Lo que hace que compartan casi todo el capital social. Siendo este a futuro un provechoso beneficio.
¿Pero entonces cual es el beneficio?, la respuesta la debes dar tú según los últimos acontecimientos en el País.
Una respuesta que parece obvia por mi parte es que por eso las PYME sufren tanto. Las investigaciones no llegan –en su mayoría- a dar frutos. La innovación es precaria y por sobretodo la democracia no deja competir con buenas armas a quienes no pertenecen a algún “circulo”.  

REFLEXIÓN SOBRE EL CURRÍCULO UNIVERSITARIO DESDE LA TEORÍA DISCURSIVA DE LA EDUCACIÓN

Liliana Margarita Del Basto Sabogal, Colombia

“Acceder al uso de la razón es atreverse a pensar no solo como posible sino como necesaria la convivencia humana” Guillermo Hoyos .V.

La universidad contemporánea debe responder a los desafíos que le presenta la sociedad del conocimiento, la globalización, el nuevo papel de la ciencia y la tecnología. A ésta institución le urge asumir y sintetizar los temas de la revolución industrial y la revolución democrática, la formación de un ciudadano o ciudadana como protagonista, como funcionario de la humanidad con un claro sentido de la responsabilidad de la opinión pública como conciencia crítica de la sociedad. Igualmente, la Universidad debe cumplir una “función social” como institución educativa y realizar un “servicio público”, lo que devela dos categorías fundamentales para el análisis: La comprensión de lo “público” y la concepción compleja de la categoría “Sociedad” o , aún mejor, “sociedad civil”. El concepto de calidad que se está construyendo en el presente siglo se identifica con el desarrollo de la competencia discursiva, en cuanto capacidad colectiva de aprendizaje y debe apoyarse en la comprensión del sentido de lo público, de la sociedad civil, del trabajo en equipo; trazando derroteros muy claros para la educación del tercer nivel, en cuanto a su responsabilidad en lo que se refiere a la formación para la ciudadanía, la mayoría de edad y la democracia participativa.

Una teoría discursiva de la educación superior, busca sistemas de formación en donde se aprende comunicando, relacionándose, reconociéndose. En consecuencia, el currículo universitario asume, en la cultura discursiva del proceso educativo, un sentido ético político de participación democrática basada en una concepción comunicativa de la educación, asumiendo la formación de sujetos morales a través de procesos que afecten a todos los integrantes de la comunidad educativa.

ALGUNOS ASPECTOS EN TORNO AL CURRÍCULO

Partimos de una breve referencia al currículo desde su origen y desde algunas de las diferentes concepciones del término para encontrarle un sentido desde la Teoría Crítica de la Educación, retomando aportes de representantes de la escuela de Frankfurt, en especial de J. Habermas quien, además, incluye el diálogo y la comunicación, la acción comunicativa, como un elemento fundamental en sus reflexiones, lo que nos posibilita, realizar una reflexión en torno al currículo universitario, la educación y la formación, destacando la importancia de asumir una postura ética que permita el reconocimiento del “otro” en su diferencia pero también en su complementariedad con un claro sentido de la solidaridad como valor ético político de la sociedad moderna. El análisis y estudio del currículo, así como la evaluación del desarrollo de su función en la universidad contemporánea, es cada vez más relevante. Se concibe como una discusión práctica sobre la naturaleza de la educación tal y como se lleva a cabo mediante el trabajo en las instituciones educativas, “constituyéndose en un debate sobre cómo educar en la práctica” (KEMMIS, S. 1993:12).

En el ámbito educativo y particularmente en la universidad, el tema del currículo ha asumido especial importancia. Recientemente se ha generado un notorio interés hacia lo curricular, ya sea por las normas que obligan a su revisión y estudio (auto evaluación institucional, la acreditación de programas e instituciones, el sistema de créditos, entre otras), o porque esta temática se ha convertido en un eje en la formación de quienes eligen conocer, comprender y buscar la transformación de la educación. Qué es, qué se entiende, cómo se define, cómo se concibe el currículo. Estas inquietudes obligan a realizar una muy breve revisión de la noción de currículo, de su evolución y de las tipificaciones o diferenciaciones establecidas para lograr reflexionar sobre el sentido dado en la formación de ciudadanos íntegros capaces de asumir un liderazgo en el desarrollo de una sociedad autogestionada.

La noción de currículo es polisémica y polimorfa, se encuentran múltiples definiciones, diferentes corrientes, posturas teóricas y variadas interpretaciones. Se detectan diversos significados que a lo largo de la vida republicana ha tenido el concepto de currículo, así como inercias y vacíos en los procesos institucionales y la búsqueda del horizonte de sentido en el que podríamos comprometernos para la reorientación de la vida académica y de nuestra práctica pedagógica en el ámbito de la formación universitaria.

A pesar de que algunos autores han remitido a Grecia el origen del término, acogiéndose a la clasificación helenística de los saberes y las artes que se concentraba en el Trivium, las artes de la palabra para expresarse con corrección, lógica y elegancia (dialéctica, retórica y gramática) y el Cuadrivium, las disciplinas de las cosas y las cantidades (aritmética, geometría, astronomía y música); existe un reconocimiento explícito, por parte de ciertos estudiosos, de que el surgimiento de la problemática curricular se remonta a la época de finalización de la segunda guerra mundial, en el contexto de la “pedagogía de la sociedad industrial”, como una nueva articulación de la relación educación y sociedad, y particularmente, escuela y sociedad, en un discurso pedagógico que se expresa a través de la teoría curricular, la evaluación y la tecnología

Al respecto las profesoras de la Universidad de Nariño, Mireya Uscatégui e Isabel Goyes, describen las diferentes nociones de currículo en el documento: “Reformas educativas y currículos Universitarios”. En: Revista Itinerantes. Cultura, educación y formación. Revista del área de currículo del doctorado en educación RUDECOLOMBIA. Popayán. Colombia 2002. No 1. Igualmente, Ángel Díaz Barriga en el primer capítulo de su libro, analiza el contexto del surgimiento de la problemática curricular y establece algunos antecedentes del uso del término. educativa, con una marcada influencia del conductismo, el pragmatismo y el funcionalismo, que aún persiste.

El abordar el concepto, lo que cuenta como currículo, a lo que se refiere el término, lo que es y cómo debería ser, aparece moldeado por la historia. Tanto su teoría como su práctica están históricamente enmarcadas. Cada enfoque obedece a una teoría curricular determinada y a una idea de educación, de hombre y sociedad que responde, igualmente, a una metateoría en los términos de Kemmis (1993:31), de esta forma se enfatiza en la historicidad del concepto y en la importancia de generar una reflexión sobre la educación en el momento actual en el cual, urge resaltar el sentido de una acción comunicacional desde la filosofía práctica como expresión política, moral y ética.

Se podría establecer una clasificación desde los paradigmas existentes, asumiéndolos éstos, como visiones y maneras de entender el mundo, el hombre y la sociedad que fundamentan la concepción de educación y de currículo que nos llevaría también a la perspectiva crítica que fundamenta la Teoría discursiva de la educación. Al respecto, la noción de teoría crítica tiene doble significado, primero se refiere a la herencia del trabajo teórico desarrollado por ciertos miembros de la Escuela de Frankfurt, fundamentalmente en el trabajo de Horkheimer, Adorno y Marcuse. Segundo, el concepto de teoría crítica se refiere a la naturaleza de la crítica autoconsciente y a la necesidad de desarrollar un discurso de transformación y emancipación social. La teoría crítica se refiere tanto a la escuela del pensamiento como al proceso de crítica.

La Escuela de Frankfurt rompió con las formas de racionalidad que unían ciencia y tecnología en una nueva forma de dominación, también rechazó todas las formas de racionalidad que subordinan la conciencia y la acción humana a los imperativos de leyes universales, igualmente subrayó la importancia del pensamiento crítico como característica constitutiva de la lucha por la propia emancipación y del cambio social (GIROUX HENRY; 1992:27).

La clasificación por paradigmas es difusa, poco clara, no taxativa y en consecuencia poco nítida; aparecen entonces, articuladas la filosofía, la psicología y la sociología, con la participación de varias teorías. Se detecta que con un cambio de paradigma se genera un cambio de léxico que a su vez, modifica la teoría propiciando la construcción de un contexto compartido de redes de significados y sentidos en diálogo con la pregunta por el hombre, la sociedad, la cultura y por ende la educación. Son diferentes posiciones frente a las preguntas planteadas por la sociedad, por el hombre y por el sentido de la vida, que se podrían clasificar en: posiciones universalistas, pragmáticas, relativistas, contextualistas, o, en paradigmas identificados como técnico-universalista, pragmático-generalista, crítico-emancipador e investigativolingüístico.

Al asumir éstos últimos cuatro paradigmas: el Paradigma Técnico (universalista), el Pragmático (generalista), el Crítico y el Investigativo. Se identifican los dos primeros como de tendencia tradicional y los últimos, más de corte integral y divergente que, desde su especificidad, muestran diferentes opciones para comprender la educación y el currículo y es allí donde podemos ubicar la posibilidad del diálogo y la comunicación como el eje de la formación generada en la universidad contemporánea desde una teoría discursiva basada en la teoría crítica.

Acorde a los planteamientos Kantianos. La comprensión de cada uno de ellos obliga a un trabajo hermenéutico de búsqueda de significados para lo social, lo educativo y lo cultural; haciéndose necesario asumir la visión del contexto desde la complejidad del mundo de la vida y preguntarnos por la responsabilidad que nos asiste a los universitarios en el momento actual. Mientras la Universidad no establezca el diálogo como parte de su ethos y realice una permanente comunicación con la sociedad civil y ésta con el Estado y se sigan considerando como opuestos, continuaran siendo escenario de intereses divergentes y múltiples.

Una clasificación generada en las diferentes posturas estudiadas en torno a currículo, se pudo establecer con base en elementos de la escuela de Frankfurt y en especial en los planteamientos de J. Habermas presentados en el documento “Conocimiento e Interés” donde distingue tres intereses cognitivos “cuasitrascendentales” e irreductibles: técnico, práctico, y emancipatorio o crítico.

El enfoque técnico surge en el contexto de la sociedad industrial, la masificación de la educación y la transmisión de conocimientos. “La exigencia de una eficiencia educativa se impuso sobre cualquier concepción de hombre. Éste, cosificado por la sociedad industrial, solo debe recibir la educación que se juzgue necesaria para que desempeñe su papel” (DIAZ BARRIGA; 1996:19); en consecuencia, se caracteriza por una visión tecnocrática de la educación, un modelo conductista basado en la tecnología educativa. En este enfoque se podrían ubicar: Tyler, Bobbit, Taba, Kilpatricky M. Jonhson.

El enfoque práctico, que fundamenta las ciencias histórico-hermenéuticas, reconoce la educación como una ciencia práctica, como proceso en constante deliberación y se ubica en una posición deliberativa más razonada. Su representante más sobresaliente seria Joseph Schwab. La investigación, la creatividad, la crítica y la autonomía fundamentan el desarrollo de la teoría crítica, con relevancia en la participación activa y responsable de los participantes en el proceso educativo. Se basa en los lineamientos de la Escuela de Frankfurt, la cual presenta un estudio crítico de las relaciones educación, sociedad, escolarización y Estado. Fortalece principios basados en la autonomía y la libertad generando un interés emancipatorio trasformador. Entre sus representantes están, S. Kemmis, Carr, P.Freire, A. Magendzo y Stenhouse.

El paradigma crítico tiene, a su vez, como punto de referencia a Kant, C. Marx, y Habermas con la Escuela de Frankfurt (1923), con especial relevancia de las ideas de este último. Valiosos aspectos del pensamiento marxista y del kantiano, mantienen su vigencia en esta teoría. Al problema del cálculo egoísta, de la explotación y de la racionalidad instrumental se busca dar una solución en el deber imperativo, la revolución y la acción comunicativa con resultados que se han identificado por algunos autores como el “pietismo en la persona”, el comunismo basado en la igualdad y el consenso. Se cambia la categoría de análisis del trabajo social de Marx al de la comunicación social en Habermas y el currículo se convierte en una estrategia educativa.

En consecuencia, desde la teoría critica de la educación, el currículo puede concebirse como un proyecto educativo cuya razón de ser es el conocimiento, la formación y el desarrollo humano fundado en el diálogo y la comunicación desde una racionalidad comunicativa en oposición al paradigma de la racionalidad instrumental, con un claro énfasis emancipador; que se determina y se construye con la activa, responsable y democrática participación de todos los sujetos en él involucrados; cuyo desarrollo debe entenderse dentro de un proceso flexible, pluri, multi e intercultural abierto a la crítica y contextualizado, que se percibe en la práctica cotidiana y se valida políticamente en su reflexión y en su confrontación en el espacio público. A pesar de que Habermas no ha desarrollado una “teoría discursiva” de la educación, reivindica las posibilidades de cambio social a través de la comunicación, en este sentido “los elementos de la Teoría de La Acción Comunicativa en relación con su ética discursiva y su teoría del Derecho son suficientes para proponer sistemáticamente el sentido y alcances de una reflexión desde las estructuras de la comunicación sobre la educación” (HOYOS, G;2004:16).

APROXIMACIÓN A UNA TEORÍA DISCURSIVA DE LA EDUCACIÓN

El enfoque crítico, ya enunciado desde la clasificación mencionada en torno a los intereses del conocimiento de Habermas o, desde una concepción de paradigma de acuerdo a lo expresado por Khun, se constituye en referente para reflexionar en torno a la educación, la pedagogía y el currículo en el momento actual. Sin embargo, son los aportes de J. Habermas4 y del profesor Guillermo Hoyos5, los que han posibilitado una adecuada comprensión del sentido de la educación en el momento actual en la medida en que ésta debe constituir en propósito social de  transformación de la civilidad moderna para la creación de una cultura de la tolerancia y del pluralismo, de la solidaridad, del diálogo y de la formación de ciudadanos y ciudadanas, del conocimiento para el progreso y para la inclusión social en un momento de gran convulsión política, social y cultural.

Se puede entonces afirmar, que la educación universitaria como proceso formativo, discursivo, comunicativo y argumentativo se abre a la comprensión con miras al entendimiento basado en el reconocimiento del “otro” como interlocutor válido, y a la vez, a la búsqueda del entendimiento, acuerdos y consensos mínimos con base en los mejores argumentos, de lo contrario se estará negando su carácter de social y pública, y su naturaleza formativa y simbólica en detrimento de su rol en la sociedad. Para que desde los presupuestos de la teoría discursiva de la educación, se dé la posibilidad de que en la universidad los procesos formativos se orienten a la conformación de una sociedad civil fortalecida, en la que lo público adquiera su verdadero sentido a partir de la formación de ciudadanos como protagonistas, se requiere que “La razón comunicativa se constituya en metateoría.

La Teoría de la Acción Comunicativa de Jürgen Habermas, un enfoque apropiado para entender la dimensión formativa de la educación de personas, culturas, instituciones, comunidades pues diversos tipos de acción y su sentido específico de racionalidad” (HOYOS; 2001:12) posibilitan el entendimiento y resalta el sentido humano y académico de los procesos formativos.

Es así como en la sociedad del conocimiento, con la denominada mundialización y la revolución científico-tecnológica como fenómenos inherentes a la globalización que caracteriza el momento actual, presentan a la universidad contemporánea del siglo XXI, desafíos en torno a la urgencia de una educación moderna que articule los ideales de la revolución industrial, en cuanto a igualdad de oportunidades inherentes al desarrollo material de la sociedad, con base en la ciencia la técnica y la tecnología; y de la revolución democrática, en cuanto a igualdad de ciudadanía, al desarrollo moral y al progreso cultural de la sociedad.

Esto obliga al fortalecimiento de lo público como espacio de ejercicio de la ciudadanía y a asumir la responsabilidad que nos compete en la formación de la opinión pública en una sociedad cada vez más convulsionada por los fenómenos del mercado, por la manipulación del poder político, por la doble moral de las políticas macroeconómicas, por la deshumanización y la pobreza y por las disparidades éticas que día a día observamos; así como la inequidad, el desempleo y las desigualdades de todo orden.

Es necesario repensar el sentido de la ciudadanía, de la tolerancia y la solidaridad como valores ético–políticos de la sociedad moderna que a la educación, y en particular a la educación universitaria le corresponde asumir desde los procesos formativos que validen políticamente el desempeño de los ciudadanos en el espacio público. Debe ser nuestra preocupación dilucidar, si se acepta que el proceso educativo tiene que ver no sólo con el desarrollo económico en una sociedad del mercado y de la competencia producto de una globalización incompleta basada en políticas mercantilistas, o si además es nuestra responsabilidad la formación para la convivencia, destacando la connotación humana, moral, ética y cultural de la educación. En este sentido, la concepción de ciudadanía democrática como parte de la educación universitaria, aporta un enfoque fundamental al concepto de formación para una sociedad en una crisis permanente (HOYOS; 2004:45).

Los grandes problemas mundiales y nacionales contemporáneos manifiestan cada vez más la falta de comprensión entre las personas y la complejidad de los procesos sociales a todos los niveles, intolerancia social y grandes conflictos; ello exige un cambio de mentalidad que permita formar adecuadamente las nuevas generaciones para el diálogo. Al respecto, conviene citar la reflexión hecha por el profesor Kazepides de la Universidad Simon Fraser de Canada ( 2004:175) “It is no mere coincidence that the prerequisites of dialogue are also the prerequisites of education and that the principles of dialogue are the foundations of a genuine educational curriculum……Not only is dialogue at the center of all education, it is
also the most effective method of teaching the young”.

En consecuencia, el principal desafío que se le presenta a la universidad contemporánea es el de validar, acreditar, el carácter deliberativo y justificatorio inherente a su propia naturaleza pública, de forma que trascienda del aula al campus universitario, y de éste, a toda la comunidad educativa y a la sociedad en general, convirtiéndose en una de las múltiples voces del espacio público–político, en dinamizador de la sociedad civil y en elemento de formación de opinión y voluntad comunes, que erradica el poder coercitivo y la violencia mediante entendimiento íntersubjetivo.

A la Universidad, le compete hacer más eficaz la acción política, desarrollando la capacidad de diálogo y propiciando los espacios que permitan generar discusiones racionales, que posibiliten el entendimiento, para llegar a acuerdos constructivos de benéfico común. Este es el ideal que nos plantea Habermas a través de Acción Comunicativa. Es evidente que existe una relación muy estrecha entre educación y comunicación, entre el diálogo y la educación humana integral; igualmente, es obvio que el espacio universitario es un ámbito ideal para el diálogo y la argumentación, allí se dan diversas oportunidades de expresar, discutir, compartir y fortalecer o debilitar actitudes, virtudes y hábitos ciudadanos de solidaridad, comprensión, pluralismo, cooperación para lo común y lo público. En este ámbito académico, deliberativo y reflexivo se debe promover la participación a todos los niveles, desde los diferentes roles que cada cual desempeñe, para que cada uno asuma su papel como protagonista del desarrollo de su institución y de su sociedad, en función del fortalecimiento de lo público como bien común, no como espacio, sino como proceso en continua construcción en el horizonte del interés común y de la convivencia ciudadana. “Se trata más bien, del desarrollo humano como desarrollo de las competencias libertarias de los ciudadanos al cual se debe orientar el proceso educativo” (HOYOS, s.f., p.6).

La pedagogía debe servir como propósito social de transformación de la civilidad moderna para la creación de la cultura del pluralismo, de la solidaridad, de la corresponsabilidad, de la aceptación de las diferencias, del diálogo y de la formación ciudadana; del conocimiento para el progreso, para el desarrollo y para la participación social. Esto plantea la necesidad de asumir la educación como un proceso orientado a la formación para la mayoría de edad, la democracia participativa y la civilidad.

Es imperativo asumir el currículo considerando no sólo la educación para el desarrollo económico sino también la formación para la convivencia y para el fortalecimiento de lo público y de la democracia. Desde una concepción comunicativa de la educación, estos planteamientos hacen necesario abordar los diferentes procesos de interacción que se generan en el ámbito educativo y, establecer a partir de allí, las estructuras de la comunicación humana, donde la pedagogía se constituye en animadora de la comunicación entre los actores sociales y entre los diversos ámbitos del conocimiento en el proceso educativo como un todo.

Inicialmente, es fundamental que se lleve a cabo la comprensión, toda comunicación comienza por la comprensión. Es necesario que se comprendan los diferentes agentes. La comprensión es el punto inicial, se requiere comprender al otro para poder entenderlo y a su vez tomar una postura. Comprender no significa estar de acuerdo, pero si nos da la posibilidad de tomar una posición consciente y responsable frente a la postura del otro y que comprendan lo que dicen y, posteriormente, mediante la argumentación y la discusión se consigue llegar a consensos, disensos y a diferentes formas de identidad y de relación interpersonal.

Los momentos identificados en las estructuras de comunicación desde una concepción discursiva de la educación, basada en el dialogo, la participación y el entendimiento para el bien común se relacionan a continuación:

1. Se da un primer nivel hermenéutico básico de comprensión de los significados de las proposiciones y de las expresiones mediante una actitud comunicativa de los participantes. Ello exige que:

• El educador asuma un rol de participante como ciudadano que se comunica activamente y reconoce en el otro, o en la otra, el interlocutor válido, digno(a) de ser atendido(a) y comprendido(a) (pluralismo razonable). Esta comprensión de sentido es el paso previo para toda investigación y se supedita a la construcción de contextos de participación que abren los problemas sociales en su auténtico significado.

• El educador, investigador participante en procesos sociales actuales, pasados o futuros descontextualiza su propio mundo de la vida, para poder recontextualizar el mundo en el cual participa como dialogante activo.

• El participante renuncia a ver el cosmos solo desde su perspectiva, para ello debe discernir entre su mundo y el mundo de los demás diferenciando el mundo subjetivo, mundo social y mundo objetivo (regiones de mundo), para de esta forma asumir la complejidad del mundo de la vida. Esto se realiza con base en la comunicación que posibilita a su vez, identificar los diferentes discursos en las variadas formas del conocimiento.

2. A partir de este primer momento, se genera el nivel de validez ontológica de las proposiciones, que se realiza con base en argumentos (razones y motivos), donde, además de la comprensión como paso inicial y necesario, se genera la posibilidad de consensos y disensos con fundamento en tres tipos de pretensiones de validez, de conformidad al tipo de acción que se realice y a la región de mundo donde se lleve a cabo. Entonces, es posible asumir que hay pretensiones de credibilidad, de rectitud y de verdad, en los sujetos capaces de lenguaje y acción a partir de las acciones dramatúrgicas, normativas o teleológicas - instrumentales.

3. Por último, se identifica un nivel de competencia argumentativa a partir del uso discusivo racional del lenguaje. Se requiere de la discusión racional basada en la argumentación y en la comprensión de razones y motivos; lo que implica, comprender opiniones y puntos de vista de otras culturas, desvelar el por qué, aunque no se esté de acuerdo. Lo razonable es reconocer la legitimidad de las razones y motivos que cada cual tienen si se considera a su vez, como razones y motivos que puedan ser validos en otras culturas y otras circunstancias. Esto permite comparar el peso argumentativo de las razones y motivos en los diferentes contextos. Todo lo anterior posibilita la construcción de la propia argumentación teórica del educador o investigador con base en: las propias experiencias, la participación real o virtual en los otros grupos sociales, apoyado indudablemente, en los conocimientos de la disciplina y en los diferentes aportes teóricos generados en las comunidades académicas.

Se estaría presentando una concepción de educación como proceso social de formación de una cultura ciudadana que permite redefinir la problemática de la relación entre educación y cultura como procesos recíprocamente implicados, que posibilitan que el multiculturalismo sea entendido como característica esencial de la sociedad, sin ignorar el peso de las condiciones materiales de la vida y el desarrollo económico, pero haciendo igualmente, énfasis en la urgencia de formar ciudadanos como protagonistas reflejándose lo público y la educación como complementarias y necesarias en la formación.

En consecuencia, la universidad, requiere como condición, para un adecuado desempeño, de un pluralismo cualificado por la permanente discusión y confrontación argumentada entre las diferentes interpretaciones de la realidad contribuyendo al desarrollo institucional. Es inherente a su misión, constituirse en el centro de formación de una nueva cultura política, en la que individuos autónomos, así como partidos, organizaciones y comunidades, puedan exponer y debatir libremente sus respectivos sentidos del bien común con la pretensión de lograr acuerdos racionalmente motivados, técnica y ambientalmente realizables y moralmente aceptables para todos.

En esta perspectiva el currículo universitario debe asumir como su tarea la formación de sujetos morales a través de procesos que afecten a todos los integrantes de la comunidad educativa; en congruencia con las necesidades y prioridades nacionales y regionales, buscando el fortalecimiento de la sociedad civil en el empeño por la implementación de procesos de formación para la ciudadanía y el fortalecimiento de lo público y de la democracia; esta sería la posibilidad de poner a dialogar, la imagen científica del mundo como fenómeno y su imagen moral; “la libertad de la razón y la causalidad de la naturaleza” (HOYOS y VARGAS,1996 ). Es, según lo plantea Newman, unir en la universidad, lo que originariamente había estado unido, “el deseo intelectual de aprender la verdad y el deseo moral de aprender el deber: Unir razón y fe” (LUQUE; 1995).

BIBLIOGRAFÍA

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Currículum. Tensiones conceptuales y prácticas

Resumen

El objeto de este ensayo es analizar la conformación de dos vertientes en el campo del currículo, que a lo largo del siglo pasado se expresaron en maneras divergentes de visualizarlo: la que lo considera vinculado al proyecto educativo de un sistema o una institución escolar, perspectiva que se expresa en las diversas propuestas para elaborar planes y programas de estudio, y la que lo vincula con conceptos como vida cotidiana, currículo como práctica educativa y realidad curricular, los cuales reivindican lo que acontece en el ámbito educativo, en particular en el aula. En este trabajo se reconoce un encuentro de ambas vertientes en los orígenes del campo curricular en los albores del siglo XX; al mismo tiempo se analiza su evolución marcada por descalificaciones y desconocimientos mutuos que han generado tensiones. Se reflexiona sobre la necesidad de identificar las limitaciones de cada vertiente, pero también de reconocer sus aciertos.

Introducción

El campo del currículo forma parte de los saberes educativos que tuvieron un amplio debate a fin del siglo pasado. Se trata de una disciplina que nació a la sombra de la evolución de la ciencia de la educación estadounidense para atender la educación del hombre en la era industrial. En esta disciplina trabaja un conjunto de académicos con la finalidad de promover su desarrollo conceptual y práctico; sin embargo, sus diversas perspectivas analíticas han evolucionado de una manera tan dinámica que la han tornado impredecible por la multiplicidad de temáticas que son objeto de discusión. De alguna forma se percibe que el campo del currículo atraviesa por un conjunto de tensiones, entre las necesidades institucionales que le dieron origen y distintas perspectivas de investigadores y académicos.
El objeto de este ensayo es dilucidar alguna de las tensiones que experimenta el campo del currículo tomando como referencia la conformación de dos vertientes en su génesis, a principio del siglo XX, y atendiendo la evolución que tales vertientes tuvieron cuando esta disciplina se internacionalizó en el último tercio del siglo pasado. Indudablemente un efecto de tal internacionalización fue el enriquecimiento de las perspectivas de su análisis que si bien ha permitido que la disciplina curricular tenga un discurso propio, al mismo tiempo ha generado nuevas tensiones en el campo al producir una especie de ecuación entre pensamiento crítico y pensamiento ininteligible, entre crítica e incapacidad por atender las situaciones de los procesos educativos, una reivindicación del sujeto de la educación en la que se desconoce todo esfuerzo institucional. Resultado de la tensión es una especie de ignorancia entre ambas perspectivas. Una perspectiva que orienta este ensayo consiste en analizar cuál es la razón que subyace en la tensión, y preguntarse no sólo por los efectos que ha tenido en el campo, acerca de las posibilidades de encontrar puntos de articulación entre dos perspectivas en conflicto desde su origen.

Currículo: problema conceptual o dimensión disciplinaria

El campo del currículo se ha desarrollado en tal multiplicidad de sentidos que cuando uno hace referencia a esta noción necesariamente debe clarificar en qué sentido emplea el término. Para iniciar este ensayo conviene empezar por distinguir los términos currículum y disciplina curricular. El primero es objeto de una infinidad de adjetivos y por supuesto de una enormidad de significados. En algún momento expresamos que el concepto está en proceso de disolución como resultado de una polisemia que lo acompaña. Recientemente Bolívar lo califica como “un concepto sesgado valorativamente, lo que significa que no existe al respecto un consenso social, ya que existen opciones diferentes de lo que deba ser” (Bolívar, 1999, p. 27). De esta manera encontramos la permanente necesidad de dotar al término de un adjetivo que ayude a su conceptualización, y no negamos que en algunos casos efectivamente haya logrado enriquecer un matiz significativo y relevante en la construcción de significados; por ejemplo: oculto, formal, vivido, procesual. Todos estos adjetivos de alguna forma permiten comprender un sentido de lo curricular que rebasa a quienes pretenden “definir” lo curricular.

En este sentido el vocablo currículo adquiere una característica que lo asemeja a otros construidos en la teoría educativa del siglo XX: evaluación y planificación, que sólo adquieren precisión a través de adjetivos. Aprendizaje, docentes, investigadores, programas, instituciones y sistema, en el caso de la evaluación, y planeación del curso, del trabajo institucional o del sistema educativo. De igual forma se refieren a formas metodológicas con expresiones adjetivas; evaluación sistémica, formativa, sumativa, o bien, planificación estratégica, técnica, por objetivos. Todo ello también existe en el ámbito de lo curricular: la perspectiva tradicionalista, la crítica, la integral.

Llama la atención que la teoría educativa del siglo XX, en su propia conformación, haya permitido en su desarrollo una estructura conceptual que podría caracterizarse como “posmoderna”. Si bien dificulta la quizá originaria pretensión de tener una versión clara y acabada sobre un saber para abrir el desarrollo de varias disciplinas (currículo, evaluación y planificación), señala la posibilidad de entender la realidad educativa en un proceso complejo y con puntos de vista singulares. En esta perspectiva los conceptos currículo, evaluación y planificación están sujetos a una tensión: la de su racionalidad originaria (eficientista, conductual, gerencialista) y la diversidad impuesta por lo singular, particular, “único e irrepetible” de un acto educativo que reclama ser interpretado.

Sin embargo, en el caso del término currículum por la multiplicidad de significados, muchos de ellos asignados por sus adjetivos, pueden producir una especie de “ausencia de significado”. Esto es, adjetivaciones que al final de cuentas expresan un vaciamiento que no logran explicar, ni atender un problema en la práctica, aceptando un compromiso entre la formulación conceptual y la realidad educativa.

Esta es, quizá, la riqueza que no se ha reflexionado suficientemente en el ámbito de esa teoría educativa; pero ello explicaría, también, la dificultad de lograr una conceptualización que genere consenso entre todos los especialistas del tema. Sin embargo, las ventajas y desventajas generadas por la conceptualización de término currículo no pueden extenderse a su conformación disciplinaria. La existencia de una amplia literatura; la atención a diversos objetos de estudio en el ámbito escolar: la selección, organización y distribución de contenidos en unas perspectivas; la realidad áulica; las fracturas, discontinuidades que en cada grupo escolar se generan; las distancias entre el currículum pensado, el enseñado y el vivido, así como sobre los aprendizajes valorativos no intencionados reclaman reconocer la existencia de una producción conceptual articulada a partir de una disciplina, en relación con ella y con la tarea de dar cuenta de ella. Esta disciplina es lo que denominamos campo del currículo. No distinguir entre concepto y disciplina puede generar que los problemas observados en la delimitación del concepto pongan en entredicho el desarrollo de la disciplina, cuando el campo del currículo es una expresión de la teoría educativa que caracterizó al siglo XX, que fue elaborada desde las necesidades de la sociedad generadas por la industrialización y retomadas por el sector educativo. Una teoría educativa –en términos más cercanos a Dewey– para la formación en una sociedad industrialdemocrática.

En todo caso, aquí podemos identificar una primera tensión en el campo curricular, donde concepto y disciplina aparecen confrontados y en dinámicas epistémicas diversas.

Origen de la disciplina. Dos vertientes irreconciliables

La disciplina del currículum surgió a principios del siglo XX como resultado de nuevos aspectos en la dinámica social. Destacan, en el ámbito educativo, el establecimiento de las legislaciones nacionales que regulaban la educación y conformaban al sistema educativo de nuestros días; en el ámbito de la producción, el surgimiento de la sociedad industrial alrededor de la máquina, la producción en serie y el establecimiento de monopolios; en el mundo de las ideas, los desarrollos de la psicología experimental, la generación de los principios de la administración científica del trabajo y el desarrollo del pragmatismo.

En ese contexto, el establecimiento del sistema educativo requería de una disciplina que analizara los problemas de la enseñanza desde una óptica institucional. Recordemos que la didáctica del siglo XVII había surgido como una disciplina abocada al estudio de la enseñanza en una dimensión individual: el maestro y sus alumnos. De hecho en los trabajos de Comenio, La Salle y Pestalozzi se observa con claridad esta perspectiva, cuyo horizonte se encuentra inscrito en los cursos escolares: primero, segundo y tercer grado, por ejemplo, pero donde la escuela no se considera parte de un sistema educativo o de un sistema social. Sólo después de la Revolución Francesa se decretan las leyes que establecen la obligatoriedad de la enseñanza primaria, como una responsabilidad estatal. El resultado de esas leyes fue el establecimiento del sistema educativo. En este contexto se requirió una disciplina que permitiera visualizar la dimensión institucional de la educación intencionada, esto es, la dimensión del sistema educativo. La selección y organización de contenidos paulatinamente dejó de ser un problema individual del docente o de una congregación religiosa como lo fue, a fines del siglo XVI, en las escuelas de los jesuitas, que a través de la Ratio Studiorum (Gil, 1992) (cuya primera edición fue redactada por el padre Aquaviva en 1594) presentaron el ideario educativo de sus internados, establecieron con claridad su proyecto pedagógico y los principales contenidos que debían atenderse en sus diversas escuelas.

El surgimiento del campo del currículo, a principios del siglo XX, cubría la necesidad de atender los problemas que afrontaba la enseñanza en el contexto del sistema escolar. A su vez, estuvo signado por el surgimiento de la industrialización de esos años.

El ámbito curricular surgió con dos tendencias que a fines del siglo XX mostraron sorprendentes desarrollos. Una vinculada a los procesos educativos, las experiencias escolares y el desarrollo de cada estudiante. Así, el filósofo y educador del denominado movimiento progresista de la educación, John Dewey, elabora The child and the curriculum (1902) donde propone una perspectiv  centrada en el alumno y realiza importantes desarrollos sobre el papel de la experiencia en el aprendizaje. Por otra parte, una visión más cercana a las instituciones, es decir, a la necesidad de establecer con claridad una secuencia de contenidos que fundamenten la elección de los temas de enseñanza. La propuesta es formulada por un ingeniero, profesor de administración, Franklin Bobbit que presenta en 1918 su primer libro denominado The curriculum y, años más tarde, en How to make the curriculum (1924). Esta perspectiva tomaría fuerza con el trabajo de Charter, Curriculum construction (1924).

Independientemente de la evolución de este debate en los Estados Unidos, a fines de los años veinte (y principios de los treinta) se reúnen académicos de ambas posturas para intentar elaborar un punto de acercamiento que se expresa en la conocida Declaración del Comité de la National Society for the Study of Education. Esta declaración conjunta, seguida de una serie de ensayos individuales que clarificaban la postura individual de varios de los miembros del comité constituye el primer intento serio de lograr una conciliación entre las dos ópticas que caracterizan el campo curricular: la iniciada por Dewey, centrada en la experiencia del escolar, y la desarrollada por Bobbit y luego Charter, caracterizada por la definición formal de los contenidos a enseñar. Pero la Declaración, por privilegiar una propuesta específica sobre la elaboración de programas escolares, no constituye la síntesis (quizá imposible) de ambas tendencias. Su efecto en la comunidad académica y en el trabajo institucional es doble. Por una parte, permite generalizar una forma de elaborar los programas escolares y algunas ideas sobre nuevas normas pedagógicas (por ejemplo, la necesidad de exámenes estandarizados para el sistema escolar). Por otro lado, pospone la discusión acerca de las dos escuelas de la teoría curricular, desplazando la problemática de la experiencia que sólo emergerá con fuerza hasta fines de la década de los años sesenta.

Posteriormente, al concluir la segunda guerra mundial, y en cumplimiento de un acuerdo a una acalorada sesión sobre aspectos curriculares, Tyler redacta Principios básicos del currículo, texto con cual pretende saldar las discusiones existentes en el campo y, a la vez, generaliza una visión de lo curricular equiparándolo con los planes y programas de estudio. En opinión de Beyer y Liston, el libro de Tyler constituye un intento por superar las visiones anteriores que vinculan al currículo “con las prerrogativas del capitalismo”, incorporando una perspectiva social que busca promover el “bienestar humano en una visión de educación para la democracia, a pesar del modelo lineal/racional que subyace a todo su planteamiento” (Beyer y Liston, pp. 44-49).

En la realidad, la visión que estableció Tyler prevaleció en el campo casi por dos décadas, se internacionalizó en la década de los setenta conformando una generación de modelos pedagógicos que influyeron en las reformas educativas de esos años en América Latina, e impactando de diversa forma el debate pedagógico europeo. Al concluir la década de los setenta, tal como se puede observar en la literatura, el campo del currículo no sólo desplazaba a la didáctica en cierto sentido, sino que tenía presencia mundial. Por otra parte, Beyer y Liston sostienen que los intentos por establecer “una alternativa al modelo establecido por Tyler” no han sido fructíferos (Beyer y Liston, 2001, p. 50).

La mundialización del campo del currículo. Tensión creciente de miradas

La internacionalización de la disciplina del currículo se realizó inicialmente desde la perspectiva planes y programas, dejó de ser objeto de debate al interior de la comunidad académica de Estados Unidos, para recibir aportaciones y desarrollos de todo el mundo. Ciertamente por la dinámica que tiene la comunidad académica en los llamados países del primer mundo, estos intercambios fueron muy fructíferos entre los grupos intelectuales que podían comunicarse en Inglés; tal fue el caso de autores británicos, australianos y estadounidenses.

Pero esto no significa que en el mundo de habla hispana no existieran desarrollos importantes y significativos. En México, por ejemplo, había aportaciones a conceptos como “diagnóstico de necesidades” (Taba, 1974) o “fuentes y filtros” para el diseño curricular al establecer conceptos como marco de referencia de un plan de estudios, análisis de la práctica profesional, objeto de transformación (Díaz Barriga, 1997) y se generaba una significativa experiencia en relación con el llamado sistema modular. Por su parte, en España, Zabalza (1801) proponía en la década de los ochenta, el concepto de “desarrollo curricular” frente al de “diseño curricular” (curriculum design).

Así, la perspectiva de planes y programas se enriqueció y conformó un ámbito de debate. En el fondo se atendía una de las cuestiones centrales que dio origen a la teoría curricular: atender las necesidades institucionales del sistema educativo. Esto es, ver la selección de contenidos y la formación de habilidades como un problema del conjunto de la sociedad, no como un aspecto que corresponda dilucidar a una escuela en particular o, menos aún, a un profesor específico. A la larga se impone un cambio radical en las condiciones de desempeño docente, que es conveniente analizar porque mientras en la era educativa anterior el profesor era el responsable de pensar tanto los contenidos como las estrategias de enseñanza, en la era curricular el profesor se responsabiliza de conocer y dominar los contenidos establecidos y, en algunos casos, de revisar y seleccionar las actividades de enseñanza que los especialistas recomiendan.

De igual manera, con la generalización de esta perspectiva curricular se atendía a uno de los núcleos de esta teoría, la educación del ser humano en la “era industrial”. En este sentido, la concepción curricular puede ser vista como una parte de la teoría educativa que responde a las necesidades generadas por la industrialización. Los conceptos de eficiencia y la construcción del empleo como una categoría que orienta los fines educativos, reemplazaron las finalidades que la visión humanista de la educación había conformado en la filosofía kantiana de principios del siglo XIX. De esta manera, educar para impulsar todas las potencialidades de la naturaleza humana, “dotar al hombre de la mayor perfección posible”, lograr esa dimensión integral: “de qué sirve que aprenda aritmética, si pierde el placer por lo estético” –se preguntará Herbart (1992)–, son reemplazadas por “educar al ciudadano”, “educar para la democracia” y “educar para el empleo”, esto es, educar para resolver los problemas de la sociedad. En otra perspectiva, puede afirmarse que ésta es la diferencia fundamental entre los exámenes académicos que se formulan en el sector educativo y la prueba de habilidades y destrezas para la vida que ha desarrollado la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE).

Por otra parte, no podemos perder de vista que en ese proceso de internacionalización del campo del currículo, no concluía la década de los sesenta cuando se recuperaba vigorosamente la otra línea olvidada en el debate. La formulación del concepto currículo oculto (Jackson, 1968) reestablecía la perspectiva que hemos denominado de la experiencia, articulando una serie de aprendizajes no explícitos en un plan de estudio, que no son intencionados, pero que se muestran altamente eficaces. Estos aprendizajes son resultado de la interacción escolar y en el aula; en este sentido, son resultados de la experiencia.

El modelo de investigación desarrollado por Jackson, junto con las limitaciones de los modelos curriculares –o mejor dicho de los modelos de planes de estudio basados en desarrollos de una psicología de corte conductual y en un modelo de administración– se constituyeron en el contexto que permitió el auge de otras miradas sobre el currículo más cercanas a las teorías interpretativas y microsociales, y la inclusión de desarrollos provenientes de la microsociología o de la escuela crítica de Frankfurt. De esta manera, a finales de los años setenta, se establecieron planteamientos de corte sociológico como el de Eggleston, en Inglaterra, Sociología del currículo escolar (1977), mientras que Michael Apple, en los Estados Unidos, presenta Ideología y currículo (1979) que busca analizar críticamente lo que sucede en la educación, incorporar al enfoque conceptual y empírico el político, y examinar en la escuela el currículo real para compararlo con las suposiciones de los educadores. En el fondo, este conjunto de textos refleja el establecimiento de otra perspectiva en el campo curricular. Al mismo tiempo, su evidente enriquecimiento constituía una evidencia de su internacionalización.

A partir de ese momento, una vez “reestablecidas” las vetas originarias del campo del currículo, los investigadores continuarían profundizando y realizando elaboraciones en cada una de estas perspectivas mediante diversas formas: currículum formal (frente o vs.) vivido, currículum establecido (frente o vs.) oculto, currículum formal (frente o vs.) currículum como proceso. Incluso se llegaron a formular “sinsentidos” en estas categorizaciones al hablar de “currículum nulo”.

En este marco de complejidad, el campo del currículo se fue construyendo como un saber multidisciplinario con aspectos de la sociología, historia, administración y economía para fundamentar los planes de estudio, así como de la psicología y la didáctica para las propuestas de programas que finalmente se combinaron con aportaciones de la antropología y de los desarrollos de los saberes “micro” (historias de vida, microsociología) para dar cuenta de lo que acontece en el aula.

A todo ello, se agrega una visión epistemológica y filosófica que busca elucidar el valor conceptual del campo o derivar conceptos del mismo a alguna de las vertientes del campo curricular. Así, las fronteras del campo se diluyeron y los objetos de estudio se multiplicaron.

Sin embargo, las dos ópticas del campo curricular entraron en tensión paulatinamente. Lo que puede observarse en varias de las dinámicas que actualmente se encuentran en el ámbito curricular. A nivel internacional resulta muy claro que la perspectiva curricular vinculada al diseño o desarrollo de planes y programas de estudio se ha mantenido en un plano de menor determinación –esto es, se reconoce que no se puede modelar la elaboración de planes y programas– que busca orientar y recuperar la riqueza que se genera en cada experiencia de elaboración o reformulación de un plan o programa de estudios.

Los autores que trabajan la perspectiva de los planes de estudios están conscientes de la necesidad institucional no sólo para evaluar y reformular los planes de estudio, sino también para ofrecer desde un plan de estudios una perspectiva que invite a los docentes a innovar y organizar su trabajo educativo.

Esta realidad los obliga intelectual y moralmente a generar o sistematizar propuestas para la elaboración de planes de estudio, tales como la formación centrada en la investigación de los currícula de posgrado, en particular los de doctorado; la organización curricular flexible; la enseñanza por competencias, o bien, la incorporación de teorías cognitivas como la educación situada y la formación por problemas. En estos y otros proyectos curriculares se pretende establecer un concepto renovador que oriente al conjunto de profesores de una institución y los invite a buscar formas de innovación en su trabajo educativo.

Finalmente los especialistas en planes de estudio son conscientes de que los contenidos que se establecen en un plan de estudios no necesariamente se llevarán a cabo al pie de la letra en un escenario escolar. De hecho, se esfuerzan por lograr una formulación de contenidos mínimos que no siempre surgen de su cabeza, sino que son el resultado del trabajo que realizan con un grupo de especialistas en cada una de las disciplinas del plan. También hay conciencia de que las instituciones necesitan promover el trabajo escolar a partir de un plan, ya que la educación –en esta era industrial, supercompleja y de la sociedad del conocimiento– reclama una orientación general, lúcida, innovadora y sensata que se plasme en un plan de estudios.

Mientras por otro lado, las perspectivas del currículo como proceso, como lo vivido o como lo oculto –que son diferentes– han abierto la posibilidad de múltiples y distintos desarrollos conceptuales: las relaciones entre cultura y procesos escolares; el empleo de la etnología, llamada etnografía en educación, para describir una multiplicidad de acontecimientos en el escenario escolar, como: formas de autoridad y de trabajo pedagógico, sistemas de interacción entre estudiantes y de evaluación. Es decir, de-velar la cultura escolar desde dentro.

En algún sentido la mirada curricular original se perdió, pues no interesa identificar las experiencias educativas en el aula, sino documentar lo no documentado. En este contexto se han generado diversos comportamientos en la comunidad académica abocada al ámbito curricular, lo que ha provocado muy diversas dinámicas respecto a las dos vetas que hemos señalado. En general se podría hablar de una especie de ignorancia mutua entre ambos grupos. Por un lado, quienes consideran que la problemática curricular surgió para promover los procesos de selección y organización del contenido atendiendo los requerimientos de la sociedad y del sistema educativo, piensan que los especialistas en el currículo en vida cotidiana muestran un escepticismo frente a esta actividad y han perdido la perspectiva curricular por considerar que sus planteamientos se acercan más a ámbitos de la didáctica, las teorías instruccionales y la antropología.

Por otra parte, quienes interpretan el campo curricular desde las diversas perspectivas de la vida cotidiana, descubren una insospechada riqueza en la vida escolar que reclama ser conocida. Sus diversos instrumentos de aproximación les permiten dar cuenta de una serie de acontecimientos sobre los cuáles no se ha reflexionado. Ello los lleva a buscar modelos de conceptualización de esta realidad que en ocasiones resultan “abigarrados”; sin embargo, establecen un rigor conceptual en un lugar donde lo que impera es el acontecimiento educativo en sí. En estricto sentido debemos reconocer que no siempre logran esta tarea; tampoco ofrecen un análisis que permita una mejor comprensión del acontecimiento educativo. En parte porque las conceptualizaciones densas al final de cuentas impiden iluminar lo que acontece en el aula, y porque en ocasiones se pierden en la descripción de sus observaciones con interpretaciones simples y puntuales a hechos complejos. Ciertamente consideran “absurda” la pretensión de establecer una organización curricular, pues sus estudios muestran que existe una “contra-organización” que surge en el aula, en la relación cotidiana entre docentes y estudiantes. De igual forma extienden comentarios críticos que desconocen cualquier otra opción curricular.

Las consecuencias para el campo del currículo y de la comunidad académica estudiosa del tema no son las mejores; se mueven entre el desconocimiento y la descalificación entre ambos grupos. Falta interlocución entre académicos de  ambas perspectivas que, si bien, permiten el trabajo y proyección de cada una de éstas no fomentan un necesario enriquecimiento de puntos de vista. Sin embargo, en la perspectiva del currículo en proceso o vivido, la comunidad académica nacional se ha comportado de una manera diversa a la internacional. Mientras en ésta se mantiene una producción constante en esa perspectiva curricular, en el ámbito nacional encontramos una emigración de los especialistas en estos temas hacia otras disciplinas. Así, quienes trabajaban estos temas hoy buscan su desarrollo en el ámbito de la cultura escolar, los estudios de género y la disciplina escolar. Esto fue debidamente documentado en la investigación que hicimos sobre la situación de los estudios del currículo, en la década de los noventa, en México (Díaz Barriga, en prensa). A la larga, esto puede generar un empobrecimiento de los debates curriculares.

A ello se aúna la disolución de las fronteras de la disciplina curricular. La evolución del campo del currículo y su rompimiento con las teorías conductuales que llevaron a la conformación de saberes de múltiples disciplinas –hoy es un campo multidisciplinario de filosofías, sociologías, psicologías, teorías microsociales, etcétera– han favorecido la invasión de fronteras de otras disciplinas, o bien fusionarse con otros campos de conocimiento. Así, desde el currículo se estudia el desempeño laboral de los egresados (invadiendo los estudios socioeconómicos de trayectorias laborales y seguimiento de egresados); se analizan las necesidades ocupacionales para ejercer una profesión (invadiendo aproximaciones de sociología de las profesiones o de la economía de la educación); se determinan los principios didáctico-psicológicos a seguir en el trabajo escolar (invadiendo los desarrollos de la psicología del aprendizaje); se reporta el comportamiento de un grupo de maestros o estudiantes frente a determinado contenido o programa (empleando diversas formas de la investigación en microsociología y en antropología: observación participante, registro etnográfico). Sin embargo, en estas últimas perspectivas el campo del currículo se fusiona totalmente con la didáctica.

El resultado de ello, no sólo afecta la delimitación conceptual del campo –cuya génesis, como enunciamos al principio de este ensayo estuvo marcada por ambas perspectivas y el conflicto entre éstas– sino que genera diversos comportamientos de las comunidades académicas: desconocimiento, descalificación y desinterés por los temas y los académicos que abordan cada una de estas vertientes curriculares.

Al formular la teoría deliberativa (Westbury, 2002) del currículo Schwab estableció un escenario, que ante la necesidad de incorporar las situaciones de una dinámica escolar particular y de los sujetos de la educación (maestros y estudiantes), permitía analizar la teorización que se requiere para el desarrollo del campo del currículo: una teoría-práctica o lo que es lo mismo, señalaba, el compromiso de la reflexión con el campo de la acción, ya que finalmente la educación es un acto.

Por otro lado, precisamente la incorporación de la perspectiva de los actores (maestros y estudiantes) abría la puerta para establecer un punto de contacto entre las dos vertientes del campo del currículo. El logro de esta articulación es un reto que quizá deban tomar más en serio los académicos que abordan estos estudios.

Referencias

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Bobbit, F. (1924). How to make a curriculum. Boston, MA: Houghton Mifflin.

Bobbit, F. (1941). The curriculum of modern education. Nueva York: McGraw Hill.

Bolívar, A. (1999). El currículum como ámbito de estudio. En J. M. Escudero
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Charters, W. (1924). Curriculum construction. Nueva York: Macmillan.

Díaz Barriga, A. (Coord.). (En prensa) La investigación curricular en México en la
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Díaz Barriga, A. (1995, septiembre). Modernización, calidad y crisis de la
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Díaz Barriga, A. (1997). Ensayos sobre la problemática curricular. México:
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Eggleston, J. (1980). Sociología del currículo escolar. Buenos Aires: Troquel.

Furlan, A. (1996). Curriculum e Institución. Cuadernos del Instituto Michoacano
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