Ante la conducta “sicopática” de la humanidad frente al manejo noticioso de las últimas semanas. Los “personajes” afectados por acusaciones de abusos –culpables e inocentes-, de una u otra forma, han sido lideres que influyen en los cambios sociales de la población.
Esto evidenciado en la propuesta educacional de las personas -elevada desde el curriculum como intento de comunicar principios esenciales para la critica social, enfocada en la practica de vida- (Stenhouse, 1975).
Las relaciones de poder y admiración entre las personas, son comportamientos que desvirtúan el sentido de confianza entre las personas. Estas, desvirtúan claramente el consentimiento de actitudes impropias.
El concepto -abuso- adorna nuestras vidas “pues amenaza, engaña, seduce y confunde”, con o sin autorización consciente donde uno somete al otro. En el “acto”, se pretende dominar y poseer a la persona a través de la confianza, SCHWAB (1969). Por ejemplo el empresario Horst Paulmann, señalo en una entrevista que, no es necesario dar feriados a las personas, pues la vida en familia se disfruta en el Mall. Eso, también es abuso.
Lo anterior refleja que la actitud –explícita o implícita-, establece confianza en la cercanía de una relación afectiva que rompe los límites, estableciendo relación confusa, en un mundo afectivo y vivencial. Lo que en estos casos no encuentra en personas que estima.
Los efectos que produce la confianza desvirtuada son, agresión expresada en áreas vividas como suceso traumático, y por ello se intenta olvidar. Pero todo suceso traumático, “olvidado”, tiende a expresarse desde un impulso a la repetición –tomado como “normal”- quien de manera activa, violenta abusa de otros. Donde al mismo tiempo, se defiende de una agresión sexual herida, vivida como amenaza, y que no se puede controlar, pues dentro de la lógica, afecta el compromisos con el otro.
Aclaremos que el abuso sexual no sólo es agresión física. Abarca desde el contacto físico, hasta la ausencia de contacto. Puede darse prolongado en el tiempo, en hechos aislados y/o puntuales. Puede suceder en el seno de una familia, de una institución, y sus consecuencias serán más graves cuanto mayor sea la implicación afectiva frente a la autoridad simbólica inter relacional en la duración temporal.
La relación, desemboca en indicios o señales a tener en cuenta, pues cuanto antes se detecte el problema subyacente, antes se podrán buscar las ayudas necesarias. Con frecuencia los “juegos” terminan con una mezcla de rabia y dolor: pues los encargados se preguntan, ”¿Cómo nadie se dio cuenta que algo me pasaba?, ¿que si era rebelde, no comía, me orinaba, debía ser por algo?
Pues bien, estos son los indicios más frecuentes:
- Sin causa aparente, aparecen cambios repentinos en el apetito, control de esfínteres.
- Dificultades de atención, concentración, memoria.
- Estado de hipervigilancia y alerta.
- Fuerte nerviosismo cuando aparece una persona.
- Tristeza, depresión, ansiedad.
- Dificultades y miedos al ir a dormir. Pesadillas intensas.
- Retraimiento social.
- No cambiarse de ropa ante otros.
- Rechazo del propio cuerpo.
Conviene prestar atención cuando un individuo presenta demasiada admiración hacia un adulto, con el que suele verse a solas, y con el que mantiene una relación asimétrica, valiéndose de la ceguera de los otros.
Recordar que los indicios son indicadores que algo va mal y los padres o personas de su entorno deben buscar la respuesta por muy dura que sea.
La incoherencia del trastorno social que involucra las expectativas de relaciones entre los seres humanos y nuestra propia responsabilidad de los personajes que estamos construyendo. La conciencia de un inconsciente sector productivo que alerta la globalización aislada en el trabajo y el hogar,, desde la pertenencia desbocada de la comunicación por celular a la poca emotividad de los sucesos acaecidos en la Chilenidad cotidiana. El país necesita aire nuevo y visionario.
Con altas cifras macroeconómicas, los economistas más reductivistas, deben asumir la humildad y reconocer que no bastan buenas cifras, pues lo que nos da identidad y promueve orgullo no nació porque alguien pensó desde una calculadora. Sino de un espíritu, de una verdad, que trajo Bello, Mackenna, Portales, Lastarria, que pusieron todo el amor del conocimiento de lo nuestro.
Por eso, la decadencia es la perdida de convicciones, de la virtud (y especialmente la virtud republicana), de la coherencia. Y en todos esos dominios sí que podemos hablar de un sostenido y sistemático proceso de decadencia en curso. Ni la convicción ni la virtud ni la coherencia se pueden medir con indicadores matemáticos. Tampoco se pueden adquirir de la noche a la mañana: las convicciones no se improvisan, no se venden ni se compran.
Hace unos días, en un evento al que asistían altas autoridades y empresarios, escuché a alguien decir de pasada: "Es que todos tenemos nuestro precio". ¡Qué frase tan reveladora! La idea de que todos tenemos un precio se ha instalado en EL sentido común. Ésa es la música que han venido escuchando desde la cuna las nuevas generaciones en estos años. ¿Cómo quejarnos después de la desconfianza y la sospecha cunda entre nosotros, cínicos de alabanzas en las espaldas de quienes te dan lo que cae de sus mesas?
Eso, nos puede llevar a la ruina. Y la ruina moral, antesala de la ruina política, puede ser mucho más grave que la ruina económica de un país. Pues un país puede levantarse de esta última o de una catástrofe natural, como una energía colectiva que nace de visiones y anhelos compartidos que despliega lo mejor de cada individuo. Pero de una ruina moral no se "sale" fácil.
Sí, es verdad, las cifras macroeconómicas parecen indicar que Chile está mejor que nunca. Pero que miles de jóvenes salieran una vez más a las calles, y que sientan el abismo que separa de la clase dirigente, sumado a la ausencia de liderazgos y falta de un proyecto consistente y visionario para el Chile de las próximas décadas, no parecen augurar nada bueno en el horizonte.
¿Qué hacer? ¿Sólo basta seguir creciendo? ¿Y hacia dónde? El Muro de Berlín no se cayó sólo por razones económicas o políticas. Se cayó porque la podredumbre interior minó las bases que sostenían sus frágiles ladrillos. Hay que mirar la calidad de las fundaciones sobre las que están parados los países.
Tal vez necesitamos una refundación desde el espíritu y desde las ideas. La primera tarea de los días que vienen es una revolución moral (no moralista) de la política. Gestos y declaraciones que nazcan de una verdad y no de un cálculo. Proyectos y líderes auténticos (no fabricados desde el marketing o desde la inercia de los acontecimientos), que movilicen a nuestros jóvenes con todo su ímpetu y fe detrás de ideas y acciones coherentes con esas ideas. Porque la decadencia comienza cuando ya no hay nadie a quien admirar.